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De los caracoles

  • Foto del escritor: Michal Hynst
    Michal Hynst
  • 15 abr 2020
  • 2 Min. de lectura

Al pensar en un caracol me es inevitable pensar en su velocidad. Digo velocidad para no decir lentitud, porque la lentitud es una velocidad, al igual que la rapidez. De esta forma, un caracol es una criatura veloz. Muy a su forma, pero lo es. Lo mismo sucede con su viscosidad, que despierta antagonismos en las personas, dado que son de público conocimiento sus efectos beneficiosos en la piel, especialmente en las heridas y las arrugas, pero es dudoso que queramos abrazar a alguien con la piel untada por la baba de este molusco, dada su repugnancia y su sutil adherencia. Podemos afirmar, entonces, que el caracol es una figura polémica. Es sabido que los caracoles anticipan las lluvias y los vientos húmedos, saliendo a recorrer florestas y follajes en busca de la amada humedad, que ya abunda en sus cuerpos. Se puede pensar, sin dudas, que los caracoles son seres hedonistas, procurando siempre el placer. Prueba de ello es la vieja costumbre de dejar un tarrito con cerveza junto a las plantas de tomate, dado que esta bebida es irresistible para estos pequeñines, que irremediablemente quedarán ahogados en ella. Y esta búsqueda de placer, este desenfreno caracolero en su anhelo de procurar el placer aún a riesgo de exponer la vida, me hace recordar que en más de una ocasión me he visto envuelto en situaciones similares, y no sé si sentir más humano al caracol o me siento más como un bicho. Y es que hay muestras de su influencia en la historia humana: ¡caracoles! Exclaman algunas personas cuando tienen una gran idea, y en más de una casa argentina he visto el típico caracol con jopo como recuerdo de la costa atlántica. Un caracol era el instrumento con que Neptuno llamaba a la guerra a sus hijos bastardos y soldados, los tritones, que también tienen caracoles en las manos, y en el año 2016, la silueta de un caracol gigante en Plutón causó gran revuelo en los científicos de la NASA. En México, las regiones organizativas de las comunidades autónomas zapatistas se llaman caracoles, y en la Patagonia argentina, en un pueblito de montaña, el único bastión de arte independiente y cultura popular, lleva el nombre de Paracultural Caracol. Ya lo dice una canción: “si tú quieres bailar… sopa de sopa de caracol”. Y es que así de importante resulta la figura de estos silenciosos amigos, que andan el mundo tan solitarios y la casita a cuestas, el perfil tan bajo ante milenios de presencia. Así de misteriosos, así de mágicos e irreverentes han de ser que sin pies caminan, sin culo cagan y sin pausa, avanzan.

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