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Runo

  • Foto del escritor: Michal Hynst
    Michal Hynst
  • 18 oct 2020
  • 4 Min. de lectura

-Siendo las 10:07 de la mañana, buenos días para todos y todas…- y arranca el día. Entre poemas, cuadernos, y mochilas de brillante tintineo, Runo vuela su vida de buses poblados de rostros desconocidos, tan ajenos todos ellos que acaban por ser similares. – (Buenos días…)- o -¡Buenas!- responden casi siempre, casi todos. Ninguna presentación es igual a la otra, aunque básicamente son todas iguales: saludo, respuesta, presentación, miradas, bostezo, algún auricular entre colgando y puesto, poema, miradas, sonrisas, indiferencia, miradas, chicharra de puerta automática que atrapa la maleta de algún rezagado, poema, miradas, final, que gracias, aplausos, que con su permiso, y monedas, y algún papel de color, y que es un placer, salud y libertad para ustedes, y va de nuevo. Ignora si ésto que hace le cambia la vida a alguien, o si les resulta divertido, o al menos, agradable. Sin embargo, insiste en dar siempre lo mejor de sí, para que si alguien algún día viene lo suficientemente despierto como para escuchar su número de principio a fin, ese momento compartido sea único y maravilloso.

Tratándose del verbo puro que de sus manos brota, nunca lo verán de ropas ordinarias en sus escenarios itinerantes: zapatos lustrosos, larga cresta lisa y de lado, su camisa desabotonada cuenta la historia de un ejecutivo que crucificó sus manos en la consagración de su tiempo al culto del metal hambriento, y su acto de resistencia es cabalgar articulados transportes masivos predicando el laberíntico nombre de la poesía.

Y en su poema habla de una mujer. Una mujer con la espalda como silueta de montaña recortada contra el cielo, y pelo de arpa. Cuenta su historia, sus alegrías y desventuras, alguien que juró amarla , sus partidas, sus victorias. -La gente aún cree en el amor- jura a quien le pregunta, aunque en el fondo sabe que la gente ya no cree en nada. Mucho ojo vacío, mucha mueca de incertidumbre sorda ve en sus escenarios móviles. Bogotá ciudad quimera, sede de la gente de mundo, los cosmopolitas, aquellos que ordenan su comida en cuatro idiomas diferentes y de dioses que no bailan. Bogotá de ojos tapados, hospedaje improvisado para cientas de promesas con paticas, corazones y hogares arrancados de sí. Bogotá ciudad en llamas ¿Qué extraño dolor es el que habitan tus pasos silenciosos?¿Cuando harás música de tu resiliente andar?Runo tiene la esperanza de ese poema; y siempre que le pregunten dirá que sí, que la gente aún cree.

Veinticuatro noviembres vio pasar ante sus párpados ancianos, y aunque tiene los ojos atiborrados de amaneceres, su mirada se conserva prístina. Las noches, los aquelarres musicales y el vino mezclado con libros calientes han hecho de sus ojeras dos pinceladas oscuras y mustias, pero misteriosas. Flaquísimo, tiene una voz con la que puede tumbar una puerta. Caminó mucho por varias ciudades antes que ésta de héroes y mendigos, y sabe que a veces ni la luna es compañera. Aunque las noches de noctámbulo desandar avenidas le han dado más de un romance ocasional, aprendió que la soledad es la mejor amante que pudo hallar. Siempre dispuesta a acompañarlo, siempre feliz de que la cambie por otra sensación que le haga más feliz que ella, siempre rigurosa como filo virgen. Siempre solos los dos.

Poema, miradas, chica en el fondo del vagón, miradas, rubores, poema, errores de recitado, risa tímida, que gracias, y monedas, y chica del fondo. -Yo también soy poeta- promete ella. Runo no dice mucho, y apenas le obsequia un poema para leer, accede sin pensar a que palabras desconocidas le penetren la mirada. El secreto (en realidad el poema es éso, un secreto) habla de dos senos como guitarra, de una espalda con acordes y una cuerda que revienta. Runo la mira fijo, y sin caer del todo en cuenta la invita a que se vean en otro lugar con menos ruido y sin gente, como su habitación o un teatro. Ella dice aún menos, aunque en realidad dijo todo con cincuenta y un palabras desde la pantalla de un celular. Un número telefónico, la esperanza del encuentro en los días que vendrán, y otra vez sólo en la estación.

18:30 , última presentación del día y a media voz, ya. El brillo metálico creció en el fondo de su mochila, y lo tranquiliza. Alcanza para hoy y mañana, y si no alcanzara para el arriendo a fin de mes, siempre puede trabajar un hora más. Baja de la estación, conversa con la señora que lo surte de cigarros, va hasta el bus alimentador y transferencia realizada. Otro día llegó a su fin, pero hoy se enamoró, durante cinco minutos sintió desfallecer de amor, el amor es muy parecido a las bibliotecas, sin tiempo, sin edad, sin apuros, solo el silencio y la mirada fija, un penetrar de palabras cargadas de mundos e imágenes sonoras, hoy Runo se enamoró por cinco minutos. Ana, dijo ella. Runo, respondió.



-¿Y la gente qué dice cuando te escucha?-


-Que todavía creen en el amor-

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