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Harlem, II

  • Foto del escritor: Michal Hynst
    Michal Hynst
  • 18 oct 2020
  • 1 Min. de lectura

El ojo del perro no siempre es azul.

Ella lo sabe.

Por eso guiña poco y dice menos.


Entre lo dicho, ella y lo hecho

Hay un mar y mil setecientos años de distancia.

Por eso vive fundida en todo; camina.


Sabe también que es imposible perderse.

No hay laberintos: sólo uno.

Así es que es la ceguera (sólo uno, sólo uno).


Hacia el Norte no pudo; confió demasiado.

En el Oeste se encontró, a la tierra.

Sur y Este, habitantes desconocidos de su palma.


El cuerpo, siempre el cuerpo la aborda.

Un seno de oro; el otro de barro.

Acariciar no siempre desnuda.


Las dudas son infinitas, las letras.

El desierto le dijo: Infinito es mi grano

Pensó en qué dice cuando dice lo que se dice.


Imposible… magnífica quimera.

¡Rómpete! hay que caer.

¡Sueña, eres su materia y fin!


Voltea, gira, abre los brazos, guiña.

Cuánto te extraño, extraño…

pronuncia: Harlem, Harlem, Harlem.

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